Érase una vez un niño, pero maduró.
La risa de un bebé se convierte con el tiempo en el rugido de un león.
© 2008 Montxo.
Érase una vez un niño, pero maduró.
La noche me envolvía en sus susurros, la hojarasca del tempranero otoño crujía bajo las desgastadas suelas de mis zapatos mientras un lejano cuclillo ambientaba con su melancólico reclamo el añil del firmamento.
Los recuerdos se agolparon en estampida y entonces golpeó el dolor de la soledad doblando mi espíritu con el impacto de un cansancio de vivir irremediable y artero que se fundía en la agonía de una tormenta de congoja dejando un vacío insondable en medio de mi pecho.
Me detuve vacilante bajo la vieja higuera retorcida oteando el pasado para volverla a ver, aunque fuera una vez más pero sólo el recuerdo de su lívida tez y la tos amortiguada por el bello pañuelo de seda surgieron en mi afiebrada mente. Sólo eso, su pálido final y mi desequilibrio entre el dulzor de la ternura del antes y la amargura desgarrante del después.
Y ahora la terrible espera… el trabajo profundo del tiempo que al permutar el lacerante dolor presente por un espacio de vida indiferente, casi eterno, traerá el olvido o no lo hará y dejará los tejidos de mi alma ajados y harapientos, sin sentido ni razón. Y en medio del aturdimiento de ese remolino, la voz ululante del viento permanecerá gritando la pregunta sin respuesta…
Cigliola Cinquetti canta con su dulce voz un éxito de los '50 "Dio comme ti amo".
No alcanza una vida entera para comprender la fascinación del mal.
Haz siempre el bien, eso dejará algunas personas agradecidas... y asombradas a las demás.
Samuel Clemens (Mark Twain)
Relato oligofrénico, lleno de nada y cuyo resultado final es nada.
Pero... no existe una que no haya dejado su impronta en el tejido del tiempo.
Luego vinieron las golondrinas en bandadas.
-El estilo gorjeó una, –no llena las expectativas.
-No, no trinó otra, –no es el estilo, es el uso de los subjuntivos.
-Al contrario pió una tercera, –se trata de la conformación de pleonasmos lo que desconcierta al lector.
Ante esta algarabía guardó silencio, miró complacida la intensa marea de creatividad que surgía de las profundidades de su ser.
Se preguntó ¿por qué y para qué escribo?
La respuesta surgió desde la profundidad de su alma, inexorable, llena de luz, como es siempre la verdad…
Un fragmento del concierto No. 21 de Amadeus Mozart refleja la maravilla que es la inspiración.
Mirando a su alrededor vio a uno de los vecinos que vivían bajo los grandes helechos tratar afanosamente de obtener unas hojas mustias de las lechugas silvestres. ¡Pobre hombre! no tenía albergue ni siquiera un bocado decente para llevar la boca. ¿Pero y si…? Se acercó y le ofreció una col si atendía el huerto, el hombre aceptó…
¡La clase proletaria había nacido!
–¡Es azul! –dijo el poeta.
–¡No! –respondió el rocío–, yo vengo de allá y no lo es.
–¿Entonces, qué es lo que veo? –El poeta se negaba a aceptarlo.
–Tu esperanza.
–¡Mi esperanza es verde, niño! –La lógica era evidente para el poeta.
–¿Verde? –el rocío sonrió con dulzura–. Los colores –dijo en un susurro antes de evaporarse–, ¡son tu ilusión!
El silencio del Paraíso preconiza su vacuidad. La espada de fuego en la entrada impide el retorno de sus antiguos moradores. Un siglo y otro siglo deberán pasar durante siete eones y un eón antes de que el sueño termine y la humanidad unida a su verdadera esencia abandone el exilio de la realidad.
...Y para entonces los labios de Adán pronunciarán “Eva” sin que en su alma resuene el eco de «Lilith».
¿Cuándo se cumplirá el deseo de las colinas eternas?
Los días, como dice el muy conocido adagio, pasan como arena entre los dedos.
No me quejo, es rápido el paso del tiempo pero no tan rápido como puede desear una alma ligera poseedora de un par de alas infinitas. Pasan cosas pero nada cambia. ¿Recuerdan la vieja ley gatopardista?: Cambien todo lo necesario para que nada cambie.
Es sorprendente cómo, después de siglos, los seres humanos mantienen las prácticas de explotación (¡palabra maldita!), la indiferencia y el odio hacia su misma especie y lo que es peor, no parece haber señales de cambio.
Aun si todas las personas del mundo, entre las que me incluyo por supuesto, y estoy siendo generoso al darnos el beneficio de la duda; aun si todas las personas del mundo se ponen de acuerdo que somos gentiles, amables, misericordiosos y con el corazón lleno de buenos sentimientos para con nuestro prójimo, el mal se desplaza rampante en todos los lugares y esquinas de éste, nuestro pobre planeta.
Siendo optimista podemos creer que la cizaña y el trigo crecen juntos pero la realidad nos muestra que la fragancia de la cizaña llena los rincones de la Tierra.
Supongo que debemos soportar y esperar pero no es fácil. Las canciones de la Sirenas son cada vez más fuertes a medida que el tiempo pasa. La sociedad sigue pasos alejados de aquellos collados y valles que aprendimos a llamar nuestros y cuando el paisaje cambia tan radicalmente nos preguntamos:
¿Tenemos razón?,
¿vale la pena arrostrar esta soledad y este dolor?
Pero cuando recordamos que somos sólo un pequeño bote en el dolido, oscuro océano de la realidad una respuesta viene fácil a la mente: «así es como es, no hay forma de evitarlo, debemos aceptar la soledad como nuestro medio ambiente natural, no importa cuán ruidosa es nuestra existencia, todo ocurre a nuestro lado, nunca dentro nuestro».
Estamos aquí pero no pertenecemos a aquí, no como una sólida parte de la fiesta que vivimos, solamente como accesorio necesario. De modo que debemos disfrutar lo que haya para disfrutar y soportar lo que sea que exista para ser soportado.
Sí, claro, pero de todos modos ¡es un bocado difícil de tragar!
Sin embargo, pensando un poco...
Y si...
¡¡Oh, vamos!!
¡Pero puede que...!
Los años se fueron y un día, para mi confusión otra vez, se me informó que ya no pertenecía al ruedo de los que calientan sus huesos alrededor de la fogata de la vida. Até mi bagayito con las pocas pertenencias que me quedaban: algunos recuerdos borrosos de manos cálidas que ya no sabía a quien pertenecían. Y con una sensación de liviandad comencé la travesía hacia allá.
Luego de un atemporal viaje me encontré en una planicie casi viva al compás del viento que movía los tallos de los dientes de león. Los colores danzaban entre el cielo y la tierra dejando estelas de matices que provocaban aromas en los ojos y la inmensidad cabía en el hueco de mi mano como si el infinito se arrellanara entre mis dedos para confortar esa cotidiana soledad que me arropó en vida.
Rápidamente me quité el calzado y comencé a caminar por el suave césped que alfombraba el suelo. El contacto de la gramilla y la tierra con mis pies me revelaron un secreto nuevo: había llegado al hogar… no, al Hogar.
Comencé a correr y a saltar por sobre las matas, ahora mi cuerpo me seguía alegremente. En un momento sentí la urgencia de tenderme sobre la grama tan largo como era y debía serlo mucho porque no alcanzaba a ver mis pies. Miré el cielo, las nubes eran tan bellas que quería cantar y contar todo lo que sentía para que mis hermanos me acompañaran en esta extravagante experiencia.
Entonces lo supe, tendría que cantarlo, tendría que escribirlo. Y vino a mi mente una frase leída hace muchos años, no recuerdo donde: «si no os hacéis como niños...»
Ése había sido, ése es, mi don, el hacerme como un niño, toda mi vida fue así, plena y llena de gracia. Lo entendía ahora y quería transformar ése, mi don, también en mi legado.
Tomé una delgada espiga de diente de león y mojando su punta en algunas gotas de rocío que se balanceaban sobre las hojas comencé a delinear mi tragicómica historia y su secreto para que, si hay quienes se preguntan aún que cosa les tocó vivir, puedan encontrar, al menos, una brújula que les indique que siempre hay una razón.
Y otra vez mi ingenuidad y mi ignorancia me hacen creer que tengo madera de escritor y que estas palabras van a llegar al corazón de mis hermanos lectores...
Los acordes de "Ausencias" de y por Astor Piazzolla enmarcan con increíble justeza el texto de este minicuento.
© 2008 Montxo.
Todo comenzó al principio.
En un momento de confusión fui informado que había nacido.
El hecho ocurrió, hace años, en una pequeña isla del Mediterráneo de nombre impronunciable: Ghawdex y aunque me aseguran que estuve presente en el evento, debo confesar que no lo recuerdo. Se me bautizó y dicen que en ese momento el agua se evaporó de la pila bautismal pero presiento que es una exageración.
Desgajé la niñez pétalo a pétalo, resolviendo la realidad como a un rompecabezas tridimensional desplegado sobre las eternas colinas de la aldea natal.
La pubertad y adolescencia me asaltaron sin aviso, haciendo presa de mi inexperiencia y juventud. Reparé mi rasgado tejido interior repartiéndome entre los angustiosos momento de voz blanca y barítono desafinado con la gracia de un diplodocus y un tábano tratando de realizar el pas de deux de los cisnes negros.
Finalmente el tiempo determinó que ya era adulto pero mis entrañas no lo sabían, es que la adultez es un estado de ánimo no una cronología. Mi rostro me salvó… Parecía adulto.
Durante algún tiempo traté de salvar al mundo pero luego me enteré que había llegado tarde, bastante tarde.
Enancado en el tiempo me dejé llevar; las voces desgarrantes del Mistral y el gélido aliento del Cierzo acompañaron mis recuerdos al abandonar el acogedor mundo del Mare Nostrum y el universo se abrió ante mis azorados ojos de chiquilín con apariencia de adulto.
Esa misma inocencia e ignorancia fueron mi salvación, nadie podía creer que fuera tan perfectamente imbécil (la perfección no existe, salvo en casos especiales como el mío) y ello los llevó a urdir historias de conspiraciones a las que me sumaban, a veces como aditamento necesario y otras como eminencia gris, suponiendo aviesas y ocultas intenciones en la prosecución de inconfesables fines. El temor que esto les provocaba los obligaba a presentarme un respeto que no sentían pero también me guardó de males mayores.
Así volé por sobre las miserias humanas, mías y ajenas, llenando mi vida con arias y lecturas que a la manera de ángeles guardianes arroparon mi alma y le permitieron ser feliz aun en medio de las más crueles vicisitudes.
De pronto me encontré con que el tiempo decía que ya era un anciano y para mi desazón mi cuerpo también, cada vez que le proponía: «corramos hasta aquellas matas y saltemos sobre ellas», mi cuerpo respondía: «quién, ¿¡yo!?» Y así, el chiquilín interno se encontró solo: los ancianos no lo comprendían, pensaban que estaba loco y los jóvenes no lo entendían, pensaban que era un orate.
Nuevamente la ingenuidad y la ignorancia vinieron en mi ayuda, al mirar a mi alrededor encontré mi experiencia en lenguas, ganada en años de viajes alrededor de este desvencijado planeta y se me ocurrió que podría trasvasar culturas y acervos de idioma a idioma. Con la desaprensión y libertad de la juventud me lancé al ruedo y la suerte que como mujer que es le agrada la ingenuidad y los bebés me recompensó haciéndome sentir culminada mi intención, que en realidad es todo lo que hace falta para sentirse exitoso.
(continuará)
Estaba tratando de decidir si comía una tostada o un bizcocho de chocolate y nueces con el desayuno cuando note un montón de ideas en el piso de mi mente.
¡Producto del desorden de Elfo, por supuesto! Jamás desparramo ideas por el piso, me es más fácil mantenerlas en orden y archivadas.
Cuando me acerqué al revoltijo (una forma de decir, por supuesto, ¡ya estoy bastante cerca de mi mente!), pude ver su pequeña cabeza emerger del montículo.
–¿Qué estás haciendo? –le pregunté confundido como siempre que me enfrento a las actividades de Elfo.
–¡Había una vez...! –dijo enconadamente.
–¿¡Qué!? –Sé que no es una pregunta original pero es lo único que se me ocurrió en el momento.
–¿De donde vienen esas palabras?: ¡Había una vez...!
–¿Nunca pasa que «¿Había hoy? o ¿Había ayer?... ¿Por qué no?
–¿Sabes por qué? ¿Eh? ¿Lo sabes? – soltó todas estas oraciones juntas como si fueran una sola.
Evidentemente Elfo estaba en uno de esos berrinches contra... ¡nada!
Traté de ignorar sus intentos de discusión pero, como siempre, no pude. Se me acercó y colocando su nariz mental contra la mía volvió a la carga:
–¿LO sabes?
–¡No!, no lo sé, –dije tratando de ver por encima de su hombro si había alguna buena idea acerca de elegir una tostada o un bizcocho de chocolate, aun sabiendo que no habría forma de disuadir al pequeño granuja de continuar una vez comenzada una escaramuza.
–¿Y bien? –dijo con las manos en jarra, –¿qué piensas de esto? ¿Donde crees que se originó la frase?
Tratando mantener un perfil bajo volví a contestar:
–¡No lo sé!
–¡No lo sé! –¡No lo sé! –Me imitó como tiene por costumbre. –¡¿No puedes mostrar un poco menos de idiotez y darme una respuesta lógica?! ¿¡Para qué tienes todo eso que llamas cerebro!? ¿¡eh!? ¿¡eh!?
Tuve que renunciar, no se puede ignorar una espina en un ojo.
–Mira, –le dije. –esas palabras se usan en cuentos de hadas y en canciones de guarderías infantiles como, por ejemplo, las del Mamá Gansa.
–¡Bah!, Mamá Gansa es una gansa, –protestó.
–¡Claro que lo es!, –dije con énfasis.
–¡Y también sus cuentos y canciones! –agregó intensamente.
–¡Bueno, bueno!, –le acepté un poco condescendiente, –olvidemos todo esto. ¿Sí?
–¡¿Olvidar?! ¡¿Olvidar?!, ¡¿sabes que las personas como tú que olvidan todo son las culpables de los mayores males en el mundo?!
¡Me quedé de una pieza! ¡¿Mayores males en el mundo?!
–¡¿De que hablas?! ¡¡Himmeldonnerwetter!! –Cuando comienzo a enojarme asoma alguna de esas palabras alemanas que no terminan nunca. –¿¡Mayores males!?, ¡estamos hablando de Mamá Gansa aquí, no de males mayores!
–Tú hablabas de Mamá Gansa, no yo. Yo estoy preocupado por todo lo que «había una vez» y no «hay ahora».
–¡¿Lo qué?! –(Ya sé, ya sé, no se debe usar «lo» delante del oblicuo «que» pero no me pueden negar que la partícula le da más énfasis a la frase, además bajo la presión del enojo es, digamos, aceptable).
–¡Donde está mi martillo mental! –agregué rabiosamente.
Elfo puso su mejor rostro desdeñoso y dándose vuelta se perdió en el archivo. Yo sé que huía con terror del martillo mental, no sabía qué cosa era eso (yo tampoco) pero sonaba suficientemente impresionante como para hacerlo desaparecer. De todos modos se las arregla para alejarse dejando la sensación de que me ha derrotado. ¡Himmeldonnerwetter, otra vez!
Desde la sombra la Sibila habló:
–Observad a vuestro alrededor, sólo sois embarcaciones que surcan el brumoso mar de la realidad, algunos adornados con luces de colores, banderas y oriflamas, otros con tan sólo las luces de posición y otros más, aun sin ellas.
–A veces os acercáis tanto que pensáis poder comunicaros. Enviáis señales desde vuestra cubierta. Pobres, tristes, frenéticas señales enviadas desde vuestra soledad. Os contestan. ¡Al fin, os habéis comunicado! Pero… ¿lo hicisteis? Cerca, estuvisteis cerca; sin embargo, jamás podréis abordar ese otro barco, nunca sabréis quien reside en ese puente.
–¿Por qué estáis enajenados de este modo?
–¿Cuál es la razón de esa severa exclusión?
–¿Cómo podréis sentir los sentimientos de otra gente, compartir sus creencias, saber lo que “rojo” significa, realmente significa, en sus mentes?
–Y ¿por qué no podéis hacerlo?
–¿Os habéis preguntado esto alguna vez?
–¡Por supuesto, que no!
–Os conformáis con el premio consuelo de la amistad, la comprensión, el compañerismo y los pobres remedos de eso que llamáis amor: abrazos, besos y el estar cerca pero ¡nunca lo suficientemente cerca!
–¡Lamentaos humanos… sufrís y no os interesa el porqué!
Creí que pensaba esta frase silenciosamente, tratando de crear alguna historia acerca del tema pero para mi consternación el eco de mi mente me devolvió los sonidos.
–¿El fantasma de quién? –preguntó inmediatamente Elfo.
Gemí silenciosamente, ¡aquí íbamos otra vez!
–Eh... el fantasma de nadie y el de todos. –tuve que responderle algo. –Cuando hablas del día de la Madre te refieres a ninguna y a todas. ¿esta claro?
–Pero entonces, –ahora que tenía un tópico, el pequeño tunante no iba a ser disuadido fácilmente de comentarlo, –pero entonces, ¿cómo es un fantasma?
–¡Un fantasma, es un fantasma y nada más que un fantasma! –le martillé, tratando de cerrar la discusión, pero, por supuesto, no logré mi cometido.
–¿Cómo te vuelves un fantasma? –preguntó Elfo.
Yo sabía que él sabía, pero como siempre soy masilla de moldear mental en sus manos mentales.
–Yo no soy un fantasma, –le dije con firmeza, tratando de desviar su línea de pensamientos.
¡Quizá es más fácil parar la Luna en su viaje alrededor de la Tierra!
Dejó escapar una risita tonta, de colegial, a veces, creo que es menor de edad.
–No me refiero a ti, tonto, a una persona en general.
–Bueno... primero, esa persona debe morir, –estaba pensando desesperadamente para encontrar una razón que me permitiera terminar la conversación pero no podía encontrar una, –bueno... primero, esa persona debe morir y luego tiene que haber un error administrativo en el manejo de los expedientes en la otra vida; esa persona no puede ingresar al cielo y esa persona tampoco puede entrar al infierno... por lo tanto esa persona se convierte en un... Fantasma. ¡Ahí está! –exclamé pensando que había dado fin al tema. Fue un error.
–¿La otra vida? ¡¿Qué quieres decir con la otra vida?! ¡Eso es ridículo!
–¿Por qué piensas que es ridículo?
–¿Cuándo has estado en la otra vida?
–Nunca, –reconocí, –pero por otra parte, ¡no estoy muerto todavía!
–No hay otra vida, –dijo, –lo que ocurre es que cambias de carril.
–¿Carril?... ¿cambias de carril?, ¡¿qué quieres decir?!
–¿No lo ves? –continuó Elfo siguiendo una lógica difícil de interpretar, –una persona debe morir para convertirse en fantasma y por lo tanto debe ir a la otra muerte, no a la otra vida.
–Pero, –traté de mantenerme en contacto con la realidad. –¡¿cómo puedes estar vivo en la otra muerte?!, quiero decir... ahhh... ¡¡¡¿otra muerte?!!!
Ya ves, nadie está vivo en la otra muerte. –Elfo sonaba triunfante.
–Pero, pero un fantasma... –me detuve al no saber cómo seguir.
–Un fantasma es una persona muerta, ¿no es así?
–Sí, una persona muerta –dije, dejando de lado todas esas historias de viejas acerca de cosas y animales fantasmas.
–¡Ahí lo tienes! –me espetó como si hubiera aclarado todo.
Me tragué un Valium y un Prozac, bebí un vaso de agua y me negué a seguir la conversación...
Justo antes de perderme en la densa bruma de la inconsciencia un pensamiento emergió de mi subconsciente: ¿no sería todo esto una enorme broma, una colosal chanza, fraguada por Elfo?
© 2008 Montxo.
–Gachas, –dijo el mesero.
–¿Gachas?, –pregunté yo.
–¡Sí!, –afirmó con tono definitivo y mortal.
Me fui.
Está allí, escondido en los resquicios del subconsciente, lo siento crecer, no puedo verlo pero sé que está allí. Me desespera la impotencia, por ahora puedo mantenerlo a distancia pero su presencia me amedrenta y espanta. Allí, allí, acabo de atisbar su presencia ¿¡Qué cosa puede ser peor para un escritor que el temido bloqueo!?
Se dice que el cardenal Spellman protagonizó el siguiente diálogo con una persona que se titulaba ateo:
–¿Puede usted demostrarme, racionalmente, la existencia de Dios?, –desafió el incrédulo.
Respuesta:
-En cuanto usted me demuestre, teológicamente, la existencia del átomo".
No sé si esto se desarrolló en estos términos pero si así fue, las comas que encierran los adverbios me producen escozor.
En un capullo de flor reside toda la esperanza de belleza, aroma y textura que en un amor en ciernes.
Como parte del mismo silencio inicial y sin solución de continuidad los suaves acordes musicales que provienen del pozo de la orquesta comienzan a llenar los espacios del silencio y la expectativa trae aparejada un ansia imposible de colmar.
Beniamino susurra las primeras palabras de “E lucevan le stelle”: el tenue caminar de Floria sobre la arena, el crudo rechinar del portillo del huerto, la insoportable espera del encuentro y el febril movimiento de las manos de Mario retirando los velos que ocultan la gentil figura, todo, todo vaticina la presencia del AMOR…
Ese perfume, ese hálito intangible que convierte la sangre en ríos de lava ardiente y enciende los rescoldos ígneos del corazón fundiendo dos pasiones en una cumbre extática y arrastrando tras ella a la audiencia en una vicaria mística de placer, delectación y pertenencia. Allí estamos inermes ante la apoteosis de este sentimiento que nos aniquila y nos da vida, dejándonos exhaustos, consumidos por una experiencia que anhelamos repetir.
Beniamino Gigli nos describe con la pluma de su arte el ansiado momento de amor cuando la fatalidad hace imposible que disfrutemos de él. "E lucevan le stelle" aria de la ópera "Tosca" compuesta por Puccinni y escrita por Luigi Illica.Balder es la luz, la pureza y la inocencia, nadie como él para iluminar el palacio de los dioses.
Su madre Frigg, esposa de Odín, se estremece entre sueños recurrentes sobre la muerte de su maravilloso hijo. Es el único espanto que ensombrece el amor que humanos y dioses profesan por este gentil y joven dios.
Decidida a encontrar resguardo para esa premonición Frigg recorre cielos y tierra haciendo prometer a todos y cada uno de los seres vivos, ya sean animales o vegetales y los seres inermes como las piedras y el hierro que jamás le harán daño a su hijo. Todos prometen, todos aman a Balder.
Al llegar de vuelta a Valhalla con su carga de promesas, los dioses deciden realizar una fiesta para celebrar tan buena noticia.
Loki no está feliz, su alma roída por los celos no puede evitar el odio hacia Balder, todos lo aprecian, todos lo adoran. Su enemistad aumenta proporcionalmente al ardor que el joven despierta entre sus admiradores.
Envuelto en las acerbas hieles de su abominación Loki se aproxima a la inadvertida Frigg y le pregunta fingiendo preocupación:
- Dulce madre ¿estáis segura que todos prometen no dañar a Balder?
Alegre por haber conseguido la tranquilidad ella contesta:
Sí, gentil Loki, todos, excepto la pequeña mandrágora, pero ella no cuenta porque no ha llegado aún a la madurez y su promesa no es válida.
Ocultando una torva sonrisa Loki se retira y vuela en busca de la mandrágora.
Mientras tanto en los jardines los dioses se entretienen arrojando dardos y lanzas hechas de diferentes materiales contra Balder para ver como caen inofensivas a sus pies. Hodder, el ciego hermano de Balder es el más entusiasta protagonista de estas pruebas, le agrada sentir el aura de inmortalidad en su hermano.
Loki vuelve con una lanza hecha con madera de mandrágora y no le cuesta convencer a Hodder que la lance contra Balder. La lanza penetra el pecho del dios y lo mata.
La desazón envuelve a palacio. Los dioses se ven enfrentados a las ominosas predicciones del final, allí comienzan los tres inviernos plenos de nieve y frío sin otra estación intermedia. Loki aprovecha para preparar su ejército, el ocaso de los dioses se acerca, Ragnarok, la batalla final es un hecho.
Versión libre de un mito escandinavo.
© 2008 Montxo.